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Las elecciones norteamericanas de mitad del mandato que se celebrarán el próximo 2 de noviembre pueden representar un momento decisivo en la historia de la democracia en Estados Unidos.
No se trata en realidad de que esté ocurriendo algo nuevo en la sociedad norteamericana, sino de que estamos asistiendo a la culminación de un proceso que comenzó hace 30 años con Richard Nixon y Ronald Reagan, quienes pusieron en marcha una contrarrevolución con dos programas paralelos.
El primero, de carácter netamente político, estaba encaminado a dar un giro a la derecha al Tribunal Supremo, cuyos nueve jueces habían tenido en el pasado un papel fundamental en la transformación progresiva de la sociedad norteamericana con decisiones como la de Brown v. Board of Education, de 1954, que ilegalizó la segregación racial en la educación pública, o la de Roe v. Wade, de 1973, que definió los derechos al aborto. Este proceso de transformación del tribunal en un sentido retrógrado, que empezó Nixon y culminó George W. Bush, ha dado pie a una serie de decisiones reaccionarias, que culminaron el 21 de enero de 2010 con Citizens United v. Federal Election Commission, una medida que liberaliza las donaciones electorales de las empresas y los sindicatos y pone fin a los esfuerzos que hasta hoy se habían hecho para controlar la financiación de las elecciones.
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