Washington, octubre 2010
Las ambiciosas aspiraciones globales de Brasil y su recientemente adquirido peso diplomático se vieron profusamente en Teheran el pasado mayo. Fue entonces cuando el presidente de Brasil Lula da Silva, anunció triunfantemente que él y su homólogo turco habían persuadido a Irán para cambiar una gran parte de su programa de enriquecimiento de uranio al exterior, un objetivo que se le había escapado anteriormente a EE.UU. y otras potencias mundiales.
Washington, sin embargo, no aplaudió. La Secretaria de Estado Clinton mostró su malestar ante el éxito de la negociación de Lula, que fue visto como una ameza al frágil acuerdo que EE.UU. había finalemente logrado entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para imponer nuevas y más severas sanciones a Irán por violar sus obligaciones del tratado nuclear.
A medida que Lula se acerca al final de su segunda y última legislatura como el presidente más admirado que ha tenido Brasil, las relaciones entre su país y EE.UU. se vuelven tensas. En los últimos dos años, ambos gobiernos han chocado abiertamente en numerosos temas. A pesar de la buena voluntad que aún perdura entre ambos países, la situación puede empeorar próximamente si Brasil, independientemente de quién sea elegido presidente, pretende expandir y consolidar su ambicioso papel en el panorama internacional.