IADE/ MUNDO
Si quieren saber en que dirección está soplando el viento global (o brillando el sol, o quemándose el carbón) miren a China. Las novedades en torno a nuestro futuro energético o al futuro de las grandes potencias del planeta vienen de allí. Washington ya está mirando. Y lo está haciendo con una alta dosis de ansiedad.
Pocas veces una entrevista de prensa ha dicho más acerca del cambio de poder global que está teniendo lugar en nuestro mundo. El 20 de julio, el economista en jefe de la Agencia de Energía Internacional (AEI), Faith Birol, declaró al Wall Street Journal que China había sobrepasado a Estados Unidos al convertirse en el primer consumidor mundial de energía. Uno podría leer esta noticia de diversas maneras: como una prueba de la superioridad industrial china, como una evidencia de la persistente recesión en los Estados Unidos, como prueba de la creciente popularidad de los automóviles en el país oriental e incluso como prueba de una mayor eficiencia energética comparativa estadounidense. Todas estas observaciones serían válidas. Pero obviarían la cuestión principal: al convertirse en el principal consumidor de energía planetario, China afianzará su papel dominante en la escena internacional y marcará el rumbo de nuestro futuro global.
Si se tienen en cuenta el estrecho ligamen entre energía y economía global, así como las crecientes dudas sobre la futura disponibilidad de petróleo y otros combustibles, las decisiones chinas en materia energética pasaran a tener un impacto de largo alcance. Como actor principal en el mercado energético global, China determinará de forma decisiva no sólo los precios que se pagarán por combustibles clave sino también los sistemas energéticos que predominarán de aquí en adelante. Es más: las decisiones chinas en materia energética determinarán si China y Estados Unidos pueden evitar verse arrastrados a una batalla global por la importación de petróleo y si el mundo escapará a un cambio climático de dimensiones catastróficas.
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