PROJECT SYNDICATE
No fue hace tanto tiempo cuando podíamos decir: “Ahora somos todos keynesianos”. El sector financiero y su ideología de libre mercado habían llevado al mundo al borde de la ruina. Los mercados claramente no se estaban corrigiendo. La desregulación había demostrado ser un fracaso abismal.
Las “innovaciones” desarrolladas por las finanzas modernas no conducían a una mayor eficiencia a largo plazo, a un crecimiento más rápido o a una mayor prosperidad para todos. Más bien, estaban destinadas a eludir las normas contables y a evadir y evitar los impuestos necesarios para financiar las inversiones públicas en infraestructura y tecnología –como Internet- que son la base del crecimiento real, no del crecimiento fantasma promovido por el sector financiero.
El sector financiero pontificó no sólo sobre cómo crear una economía dinámica, sino también sobre qué hacer en caso de una recesión (que, de acuerdo con su ideología, podía ser causada por una falla del gobierno, no de los mercados). Cuando una economía entra en recesión, las ganancias caen y los gastos –digamos, para los beneficios de desempleo- aumentan. Así crecen los déficits.
Los halcones del déficit en el sector financiero dijeron que los gobiernos deberían concentrarse en eliminar los déficits, preferentemente reduciendo los gastos. Los déficits cercenados restablecerían la confianza, lo que a su vez restauraría la inversión –y, por ende, el crecimiento-. Pero, por más factible que pueda sonar esta línea de razonamiento, la evidencia histórica repetidamente la refuta.
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