LA RAZÓN
Hasta ayer aún se permitía de cuando en cuando izar la bandera pacifista que tantas veces ondeó cuando era jefe de la oposición. Pero, como él mismo admite, cuando uno es presidente del Gobierno se produce una especie de «reacción química» que hace ver las cosas de forma distinta. Y, así de cruel es el destino, el presidente del «no a la guerra» ya tiene la suya propia. Con mandato de Naciones Unidas, sí; de acuerdo a la legalidad internacional, también; sin votos en contra del Consejo de Seguridad, desde luego; con el respaldo casi unánime del Parlamento, sin duda… pero guerra al fin y al cabo.
Aun así cuando el presidente subió ayer a la tribuna del Congreso a pedir autorización para la participación de España en la operación militar internacional, no pronunció la maldita palabra. Igual que pasó meses peleándose con el diccionario en busca de sinónimos de crisis, ayer utilizó todo tipo de expresiones para referirse a la misión de la coalición internacional: uso de la fuerza, intervención, principio de responsabilidad y protección… hasta que invocó un «principio humanitario», el de proteger a la población de Libia, para justificar la intervención militar. También situó la decisión internacional de intervenir «en un contexto histórico concreto que puede calificarse de primavera árabe», lo que a su juicio es “una nueva etapa política en el Mediterráneo. En este punto, mencionó la «la valentía y el espíritu cívicos» de tunecinos y egipcios como demostraciónde que el progreso y la libertad «son también causas del mundo árabe y se pueden hacer valer pacíficamente», al tiempo que contrapuso el caso libio por la «violenta reacción de sus autoridades a las demandas democratizadoras».
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