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En sus extraordinarias conversaciones de más de 500 páginas con el
escritor y crítico de arte John Gerassi, Jean-Paul Sartre afirma –y el
lector no puede menos que quedar estupefacto– que recién se asumió como
un intelectual realmente “politizado”… ¡en 1968! (a partir del
denominado Mayo francés). Pero para esa fecha Sartre ya había
participado en la Resistencia contra la ocupación alemana, había fundado
(junto a Merleau-Ponty y otros intelectuales) los grupos Socialismo y
Libertad y RDR (Ressemblement Démocratique Révolutionnaire) así como la
revista Les Temps Modernes, había organizado manifestaciones, protestas
y declaraciones contra las masacres coloniales en Madagascar y contra
las guerras de Indochina y Argelia (formando parte de la red clandestina
de ayuda al FLN dirigida por Francis Jeanson), había presidido el
Tribunal Russell contra los crímenes de guerra en Vietnam, se había
entrevistado con Fidel y el Che para apoyar enfáticamente a la
revolución cubana, había rechazado el Premio Nobel para repudiar el
“aburguesamiento” del “escritor comprometido”, había oficiado por unos
años de “compañero de ruta” del PC para luego denunciar con virulencia
la invasión rusa a Hungría, y había publicado ese verdadero monumento de
filosofía marxista crítica que es la Crítica de la Razón Dialéctica (sólo comparable, en el siglo XX, a Historia y Conciencia de Clase de Lukács o a la Dialéctica Negativa de Adorno), para no mencionar el archifamoso y controvertido prólogo a Los Condenados de la Tierra
de Frantz Fanon. Etcétera, etcétera. ¿Cuánta mayor “politización” se
puede pedir? Sin embargo, en aquéllas entrevistas Sartre insiste en que
antes de 1968 sin duda era “de izquierdas” pero no estaba “politizado”.
¿Habrá que aplicarle una paráfrasis del célebre chascarrillo de Soriano
sobre el peronismo, algo así como “Yo nunca me metí en política, siempre
fui de izquierda”? Por supuesto que no. Sartre, con su boutade
provocativa, quiere decir al menos dos cosas: en primer lugar, que ser
de izquierda implica ante todo una posición ética a favor de los
excluidos por los usufructuadores del poder político, económico e
ideológico-cultural. Esto no significa, desde ya, que esa elección sea
a-política, o siquiera pre-política: significa que privilegia ese pathos “moral” por sobre las necesidades “pragmáticas” que la práctica de la política conlleva. Pero eso no alcanza.