Project Syndicate
NUEVA YORK – Después de una
dura campaña electoral cuyo costo superó holgadamente los 2 mil millones
de dólares, para muchos observadores los cambios en la política
estadounidense no fueron tantos: Barack Obama aún es presidente, los
republicanos todavía controlan la Cámara de Representantes y los
demócratas mantienen su mayoría en el Senado. Estados Unidos enfrenta un
«precipicio fiscal» –aumentos en los impuestos y recortes en el gasto
automáticos a partir de principios de 2013, que muy probablemente
llevarán a la economía a una recesión a menos que se logre un acuerdo
bipartidario sobre una alternativa fiscal– ¿podría haber algo peor que
una parálisis política ininterrumpida?
De
hecho, la elección tuvo varios efectos saludables –más allá de mostrar
que el gasto corporativo desenfrenado no puede comprar una elección y
que los cambios demográficos en EE. UU. pueden condenar al extremismo
republicano. La campaña explícita de los republicanos en algunos estados
para privar del derecho al voto a ciertas personas –como en
Pensilvania, donde intentaron dificultar que los afroamericanos y
latinos se registrasen para votar– resultó contraproducente: quienes
vieron sus derechos amenazados encontraron motivos para entrar en acción
y ejercerlos. En Massachusetts, Elizabeth Warren, una profesora de
derecho de Harvard e incansable defensora de reformas para proteger al
ciudadano común de las prácticas abusivas de los bancos, ganó una banca
en el Senado.