ALAI
En mi último artículo  lancé la idea, sustentada por minorías, de que estamos ante una crisis  sistémica y terminal del capitalismo, y no es una crisis cíclica. Dicho  en otras palabras: las condiciones para su reproducción han sido  destrozadas, sea porque los bienes y servicios que puede ofrecer han  llegado al límite por la devastación de la naturaleza, sea por la  desorganización radical de las relaciones sociales, dominadas por una  economía de mercado en la que predomina el capital financiero. La  tendencia dominante es pensar que se puede salir de la crisis, volviendo  a lo que había antes, con pequeñas correcciones, garantizando el  crecimiento, recuperando empleo y asegurando ganancias. Por lo tanto,  los negocios continuarán as usual.
 Las  mil millonarias intervenciones de los Estados industriales salvaron los  bancos y evitaron el derrumbe del sistema, pero no han transformado el  sistema económico. Peor aún, las inyecciones estatales facilitaron el  triunfo de la economía especulativa sobre la economía real. La primera  es considerada el principal desencadenador de la crisis, al estar  comandada por verdaderos ladrones que ponen su enriquecimiento por  encima del destino de los pueblos, como se ha visto ahora en Grecia. La  lógica del enriquecimiento máximo está corrompiendo a los individuos,  destruyendo las relaciones sociales y castigando a los pobres, acusados  de dificultar la implantación del capital. Se mantiene la bomba con su  espoleta. El problema es que cualquiera podría encender la espoleta.  Muchos analistas se preguntan con miedo: ¿el orden mundial sobreviviría a  otra crisis como la que hemos tenido?
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