NUEVA YORK – El año 2012
resultó tan malo como me lo había imaginado. La recesión en Europa fue
la consecuencia predecible (y predicha) de sus políticas de austeridad y
de un marco para el euro condenado al fracaso. La anémica recuperación
estadounidense –con un crecimiento apenas suficiente para crear empleo
para los nuevos ingresantes a la fuerza de trabajo– fue la consecuencia
predecible (y predicha) de la parálisis política, que bloqueó la
promulgación de la ley de empleo del presidente Barack Obama y envió a
la economía hacia un «precipicio fiscal».
Las
dos principales sorpresas fueron la desaceleración en los mercados
emergentes, ligeramente más profunda y extendida que lo previsto, y la
adopción europea de algunas reformas verdaderamente excepcionales
–aunque no suficientes.
Una
mirada hacia 2013 muestra que los mayores riesgos están en EE. UU. y
Europa. China, por el contrario, tiene los instrumentos, recursos,
incentivos y conocimiento necesarios para evitar un aterrizaje forzoso
económico –y, a diferencia de los países occidentales, carece de
partidarios comprometidos con ideas letales como la «austeridad
expansiva».