ALAI
El
ingreso de Venezuela al Mercosur ha tenido lecturas centradas en los
aspectos económicos y comerciales, pero en lo esencial es una cuestión
geopolítica y geoenergética. La región se convierte en potencia
alimentaria e hidrocarburífera que apunta al Caribe.
El
31 de julio, cuando se decidió en Brasilia el ingreso de Venezuela al
Mercosur, las presidentas Dilma Rousseff y Cristina Fernández
enfatizaron en la importancia del nuevo Mercosur en el marco de la
crisis mundial que se resume en el nacimiento de una “nuevo polo de
poder”.
Durante
la reunión en Brasilia, Chávez y Fernández firmaron una declaración
conjunta que se orienta a incorporar a la estatizada YPF a la Faja
Petrolífera del Orinoco y a la incorporación de PDVSA a los proyectos de
explotación de petróleo y gas de esquisto en el sur de Argentina. El
acuerdo prevé la elaboración de una cartera conjunta de proyectos en el
área petroquímica que incluyan la transferencia de tecnología.
Pero
la trascendencia de la primera ampliación del bloque va mucho más allá,
sobre todo para Brasil quien fue su verdadero promotor. En opinión del
el embajador Antonio Jose Ferreira Simões el ingreso venezolano “altera
de manera significativa el peso internacional del Mercosur”[1].
Por
un lado, porque a uno de los principales productores de alimentos del
mundo se suma ahora un enorme potencial energético que se resume en que
Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, que
Brasil cuenta con los mayores descubrimientos en su plataforma marítima
y que Argentina cuenta con importantes yacimientos recién confirmados. A
todo eso debe sumarse el inmenso potencial hídrico de la Amazonia y del
Acuífero Guaraní.