domingo, 15 de enero de 2012

Reseña de libros: Parag Khanna, El Segundo mundo. Imperios e influencia en el nuevo orden mundial (Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 2008).

por Daniel García Sanz.

El joven experto Parag Khanna, explica que el emergente orden internacional del siglo XXI tiene dos características distintivas. La primera es la multipolaridad, marcada por la presencia de tres superpotencias cuyo poder económico, político y militar es de alcance global: los Estados Unidos, la Unión Europea y China. La segunda es el surgimiento de una capa intermedia de países repartidos alrededor del globo que cumplen la función de Estados pivote, es decir, Estados que debido a una especial importancia económica, geoestratégica o diplomática, tienen la capacidad de influir poderosamente en el comportamiento internacional de sus vecinos: estos son los países que conforman el segundo mundo. En esencia, la política mundial del nuevo siglo girará en torno a la disputa entre las tres superpotencias por poder e influencia sobre los países del segundo mundo, los cuáles a su vez, al decidir alinearse con una o más de las superpotencias, alterarán el balance de poder mundial a favor de una de ellas.

Los Estados Unidos son, sin duda, la única potencia militar con un alcance genuinamente global y su gasto militar anual es comparable con el del resto del mundo combinado. No obstante, la presencia militar mundial norteamericana no debe confundirse con dominación: los Estados Unidos no poseen la capacidad de dirigir los asuntos de manera unilateral en todos los rincones del planeta y existen varias potencias militares regionales significativas, con acceso a las tecnologías que les permitirían resistir y defenderse, la más importante de ellas, la nuclear. En el mundo del siglo XXI, el peso relativo de lo militar al medir el poder nacional es menor que nunca antes: ahora cuentan igual o más la productividad económica, la participación en el mercado global, la innovación tecnológica, las dotaciones de recursos naturales, el tamaño de la población y factores intangibles como la voluntad nacional y la habilidad diplomática. Es por esto que es posible afirmar que existen hoy en el mundo tres centros de poder dominantes.

China, por un lado, posee combinadamente una población, una producción industrial y un caudal financiero enormes. La Unión Europea, por otro, supera a los Estados Unidos y a China en cuanto al tamaño de su economía, su población se encuentra entre ambos y posee un poder militar y una capacidad tecnológica considerables.

El mapa de las superpotencias mundiales se está reequilibrando, pero sin un único centro. Al disputar la posición de los Estados Unidos en la jerarquía mundial y procurarse aliados y lealtades en todo el mundo, la UE y China han iniciado un giro palpable hacia el establecimiento de tres centros de influencia relativamente equivalentes: Washington, Bruselas y Pekín. (p. 29-30).

El momento unipolar fue, efectivamente, sólo un momento y los Estados Unidos han entrado competir de igual a igual con la Unión Europea y China en lo que puede denominarse un mercado geopolítico global. “Las tres superpotencias utilizan ahora su poder militar, económico y político para crear esferas de influencia en todo el mundo y compiten entre ellas para mediar en los conflictos, configurar los mercados y difundir sus costumbres”. (p. 30).

Las tres superpotencias controlan juntas la economía mundial, forman los mayores bloques comerciales y formulan las reglas que el resto del mundo debe seguir. Podrían ser consideradas como imperios expansionistas, competitivos entre sí, ofreciendo cada uno, algo específico en el mercado geopolítico global. Cada superpotencia representa un modelo particular de ejecución de política exterior y de estilo diplomático: el de coalición de los Estados Unidos, el de consenso de la Unión Europea y el consultivo de China: “los Estados Unidos ofrecen ayuda y protección militar a los diversos regímenes, China ofrece asociaciones con servicio completo y sin condiciones y Europa ofrece reformas profundas y la asociación económica con su unión”. (p. 417).

Estos son los primeros signos de un escenario geopolítico que en el mediano y largo plazos será progresivamente más tenso, al buscar cada superpotencia crear o consolidar áreas o panregiones hemisféricas exclusivas que sirvan de base para infiltrarse en las de las demás. La posibilidad de un orden mundial co-gestionado es mínima, pues en un planeta con recursos menguantes cada superpotencia luchará por conseguir la posición más ventajosa para sí misma, mientras que ninguna será lo suficientemente poderosa para imponer un orden mundial por sí sola; situación que, por supuesto, perdurará “hasta que otro de los principales vehículos de la historia que configuran el orden mundial, la guerra, decida otra cosa”. (p. 33).

Ahora bien, si las tres superpotencias representan la oferta en el mercado geopolítico global, los países del segundo mundo representan la demanda: “son los Estados clave de un mundo multipolar […] son sus decisiones las que pueden alterar el equilibrio del poder mundial”. (p. 40). Como se sabe, el término segundo mundo tiene su origen en la nomenclatura geopolítica propia de la Guerra Fría. Aunque este término en particular cayó en desuso junto con el colapso del Bloque Socialista al que solía hacer referencia, los términos complementarios primer mundo y tercer mundo continúan siendo ampliamente utilizados al representar, por un lado, a los países ricos y prósperos que se benefician del statu quo mundial y, por otro, a los países pobres e inestables que no han podido superar su situación de desventaja dentro de tal statu quo. En este sentido, Khanna revive el término segundo mundo para hacer referencia a países que simultáneamente presentan ambos grupos de características; países que “internamente se dividen en ganadores y perdedores, ricos y pobres”. (p. 24). Son países en transición, que igualmente podrían ascender al primer mundo o descender al tercer mundo.

Pero su característica más importante es una que ha aparecido junto con la globalización: cada país del segundo mundo se ha forjado su propia visión y su propia estrategia para alcanzar sus objetivos económicos y políticos en el ámbito internacional. En este sentido, cada país del segundo mundo busca sacar el máximo provecho de alguna ventaja o característica económica, geoestratégica o diplomática única, que le permita concretar sus propios objetivos nacionales y alzarse a sí misma como una potencia con peso regional y relevancia global, con la consiguiente capacidad de influir poderosamente en sus vecinos.

Precisamente, en el contexto del altamente competitivo mercado geopolítico global, la cualidad de ser Estados pivote hace a los países del segundo mundo el objeto principal de los cálculos de las tres superpotencias, en su ambición de construir sus respectivas esferas de influencia y redes imperiales. Dentro de esta categoría de países, la mayoría se inclina por una u otra superpotencia, pero los más hábiles y fuertes practican un sofisticado multi-alineamiento: “se suben al carro que más les conviene simultáneamente para conseguir ayuda económica de una potencia, ayuda militar de otra y relaciones comerciales con la tercera”. (p. 417). Pero de manera crucial, la política exterior asertiva de un país del segundo mundo involucra también el estrechamiento de lazos con sus similares de otras regiones, conformando lo que Khanna denomina cinturones anti-imperiales:

Estos países no sólo combinarán lo mejor que ofrece cada una de las superpotencias para hacer realidad su propia visión del éxito, también se asociarán directamente entre sí para explotar las reservas de petróleo, compartir información, combatir el terrorismo, reducir la pobreza, implementar controles de capital y construir infraestructuras modernas. Van a utilizar sus fondos soberanos para comprar bancos, puertos y otros activos estratégicos occidentales. Sus grupos regionales continuarán construyendo sus propias zonas económicas, bancos de desarrollo, fuerzas de pacificación y tribunales penales. Han proliferado las conexiones aéreas para comunicar directamente entre sí a árabes, sudamericanos y asiáticos orientales. (p. 418).

Los países más representativos del segundo mundo son: Venezuela, Brasil, Turquía, Rusia, Kazajstán, Libia, Egipto, Sudáfrica, Arabia Saudita, Irán, India, Malasia, Vietnam, Indonesia, entre otros.

Khanna considera que los Estados Unidos entran a competir en el mercado geopolítico global desde una posición de suma desventaja. La convicción de que el mundo requiere inherentemente de un líder único y de que la universalista ideología liberal norteamericana debe ser aceptada necesariamente como la base del orden global, ha resultado en el aislamiento político, geoestratégico e ideológico de los Estados Unidos. Aún peor, “el exceso imperial estadounidense se está produciendo al mismo tiempo que la decadencia de su hegemonía económica, socavando los propios cimientos de su liderazgo mundial”. Khanna añade, “puede ser que los Estados Unidos no sufran el saqueo de los bárbaros como le sucedió a Roma pero, al igual que la España imperial, su dependencia de la financiación externa y de unos aliados que los están abandonando son vulnerabilidades casi insuperables”. (p. 419).