La llamada “guerra contra las drogas” ha fracasado según los ex-presidentes de Brasil, México y Colombia, Fernando Henrique Cardoso, Ernesto Zedillo y César Gaviria. Desde los años ochenta los países de América Latina han adoptado como propio el enfoque policial-militar con el cual varios gobiernos estadounidenses han buscado frenar la oferta de drogas a su país. Pero a pesar de los millones de dólares y los miles de muertos, la violencia, la corrupción y el debilitamiento de las instituciones democráticas siguen amenazando el futuro de la región. Los ex-presidentes proponen un cambio radical de enfoque frente al problema de las drogas. Los países del Norte, y en particular los Estados Unidos, deben despenalizar el consumo y tratar los problemas de drogadicción como una cuestión de salud pública. Proponen, en este sentido, evaluar la posibilidad despenalizar la posesión de cannabis para uso personal. También han conformado la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, presentando un primer informe a comienzos del año pasado. Recientemente Der Spiegel ha realizado un reportaje sobre la creciente ola de violencia relacionada al narcotráfico en América Latina y una entrevista al ex-presidente Cardoso. Vale la pena preguntarse cómo los Estados Unidos recibirán tal propuesta. El eje principal de las relaciones interamericanas tras la Guerra Fría ha girado alrededor del tema del narcotráfico, lo que ha justificado la continua injerencia estadounidense en los sistema judiciales, las fuerzas armadas y policías de nuestra región, sin contar la presencia de sus bases militares. Si se añaden los procesos de certificación anual y la concesión de preferencias arancelarias a los países andinos, entre otras muchas medidas, se descubre la enorme importancia geopolítica que la “guerra contra las drogas” tiene para la relación de los Estados Unidos con su patio trasero: ser el último bastión de la Doctrina Monroe.